Mi madre, la plaza y la pandemia

Crónicas de ciudad. Por Anita Torres

A diferencia de otros días, la mañana despertó soleada e invitaba a salir.  No obstante,  algo dentro de mí decía, – no vayas a la plaza-;  esa voz que a ratos te amedranta y alerta sobre los riesgos,  en este tiempo de pandemia.  Sin embargo, simultáneamente,  un pensamiento contrario me advertía -puede ser una buena experiencia-.  Ante tal dualidad,  para dirimir el empate emocional que me hacía vacilar, le pregunté a mi esposo, -¿Será  conveniente ir a la plaza?-, ante lo cual, con determinación me dijo,  -Vayamos, no va a pasar nada-.

Al escuchar la respuesta, mi corazón se alegró, se llenó de confianza, y con un fuerte suspiro aceleré los preparativos para partir a la mayor brevedad.  Rápidamente, opté por unos jeans desteñidos, camisa rosada, un básico azul, tenis para andar cómoda, mis gafas viejas, recuperadas a manera de protección,  el tapabocas, y el pelo recogido de manera inusual. Mi perro, que nos acompaña a todas partes, porque de lo contrario se transforma en lobo y levanta el barrio a aullidos, empezó a dar vueltas, inquieto, a seguirme como si me le fuera a escapar, y cuando menos pensé, de un salto certero se subió de primero al asiento de atrás.

Mi esposo, como casi todos los hombres, estuvo listo en un minuto, vistió su pantaloneta azul, tenis blancos, cualquier camiseta,  una gorra, y salió presuroso para aprovechar el magnífico sol de la mañana del domingo. Desde el inicio de la pandemia no habíamos vuelto a la plaza, y me preguntaba qué había pasado en aquel lugar, y cómo se había adaptado para sobrevivir a esta nueva condición.

El recorrido 

La vía estaba descongestionada; tanto, que en 15 minutos llegamos a la puerta principal de nuestro destino: la Plaza de Paloquemao en Bogotá. Lo primero que vi al ingresar  fue un joven  que saludó cordialmente,  solicitó tomar la temperatura a mi esposo y le ofreció gel.  Luego se dirigió a mí: -36,2 y 35,4 dijo-. Procedimos a parquear.

Al bajarme y empezar a caminar me invadió una gran emoción que se acrecentó al ver los puestos de magníficas flores, de hermosas y variadas frutas y verduras, de todos los tamaños y colores, y al sentir el olor de esos maravillosos productos que nos ofrece la Tierra.  Entonces, como siempre, bellos recuerdos llegaron a mi memoria.

Añoranza

El gusto de ir a la plaza lo gané en la infancia, cuando mi hermana y yo, las dos mayores,  literalmente peleábamos por ir con mi madre a la plaza de mercado de nuestra ciudad natal, que quedaba como a 10 cuadras de la casa.  El motivo de la disputa era el ritual que mi madre había establecido en la visita a ese monumento a la abundancia.

La primera parada

La hacíamos para tomar un gran vaso de leche recién ordeñada, calientita y espumosa, que un campesino sacaba con maestría de una vaca pintada mansa, y que obteníamos después de hacer una larga fila.   Amaba ese momento y,  despacito, para que no se me acabara rápido, saboreaba con los ojos cerrados la deliciosa espuma que se deshacía en mi boca y que me pintaba unos grandes bigotes blancos, de los cuales, mi madre se burlaba y me obligaba a limpiar de inmediato. 

El éxtasis del momento terminaba con los gritos de un hombre que llevaba siempre el torso desnudo, ostentando una gran musculatura,  una camiseta en la cabeza a manera de turbante y un bulto de papa en su hombro izquierdo, quien advertía a las personas  el peligro de toparse con él. – ¡Ojo, ojo, ojo!, – vociferaba.

La segunda parada

Después de regatear y hacer algunas compras  a amables campesinos, engalanados  con sus vestimentas típicas y amplias sonrisas de oro, hacíamos la siguiente parada para comer el mejor cerdo frito que alguien ha probado, un platillo delicioso, tradicional de la región, servido en hoja de plátano, que hacía las delicias en mi paladar infantil.  Tal vez, ese  era el eje central de la contienda entre hermanas, pues no recuerdo haber llevado tales bocados a quienes se quedaban en casa.

La salida de la plaza

Luego, hacíamos las compras finales, y mi madre buscaba al señor de siempre, un campesino delgado, de unos 50 años, vestido con camisa a cuadros, sombrero de paja, pantalón de dril y alpargata, que llevaba nuestro tesoro en una vieja carreta de madera, mientras hablaba durante todo el camino, de la tierra, de cultivos, de la dura vida del campesino, en una larga historia de lamentos justificados.

Con la separación de mis padres, cuando tenía 10 años, y la decisión de que debíamos vivir con mi padre, no volví a la plaza, hasta que conformé mi hogar.  Pero cada vez que vivo esta grata experiencia recuerdo esa bella época en que tenía una familia constituida y una madre que preparaba deliciosos platos después de ir a la plaza de mercado.

Volver al ahora

La plaza de Paloquemao no estaba muy llena, en comparación con otros días; calculo que más del 40% de personas que la frecuentaban  ya no transitaban por el lugar. Tampoco vi extranjeros que anteriormente  acudían en grupo para recorrerla en bicicleta o para comprar.

La plaza estaba cambiada: más ordenada y limpia; las secciones bien definidas.  Ahora, al estilo de los  supermercados te prestan carritos para llevar las compras y se evidencia que están interesados en ofrecer una buena experiencia al visitante e imprimirle un sello de calidad al servicio.  La gente es amable, los productos muy buenos, el precio razonable, y agregan la ñapa que no te dan en las grandes superficies.

El reencuentro

Regresamos a los mismos lugares que visitábamos antes de la pandemia buscando a nuestros proveedores habituales y la alegría no se hizo esperar,-¡Qué milagro de verlos!, uno recuerda a sus clientes-nos decían animados y felices por las compras. Mi esposo, dicharachero y conversador, indagaba sobre la situación, las estrategias para enfrentar la crisis y los cambios en la plaza.

La salida

Cargados de productos maravillosos, que no se encuentran fácilmente en otros países, y si se consiguen son bastante caros, salimos felices de la plaza de Paloquemao, con la intención de volver, y aunque  no hay vaca blanca y negra que me dé su deliciosa leche, ni el estupendo cerdo frito que se come en mi tierra, el recuerdo de bellos momentos junto a mi madre, en la plaza de mercado, permanecerán por siempre y se reafirman cada vez que visito ese, que considero, un hermoso lugar.

Recomendación final

Al acudir a lugares con alta afluencia de público es importante usar correctamente el tapabocas y tomar todas las medidas de prevención.

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