¡Me caí de la manera más absurda!  Que no le pase a usted

Caer puede ser una experiencia que nos cambia la vida para siempre. Foto Kenzero

Algunas acciones aparentemente inocuas nos cobran caro, y el costo es la afectación salud

Por: Anita TorresSxxi.net – Historias

Era un día normal de trabajo y, a las doce, como siempre, salí a mi casa a almorzar (fortuna que no tienen la mayoría).  Pero al dejar mis zapatos a la entrada de la puerta, noté con preocupación que mis plantas necesitaban agua. Preámbulo del infortunio.

Los hechos 

Diligente y amorosamente llené una botella grande y me dispuse a regarlas.  Mientras lo hacía, una a una, les hablaba y las consentía; esto porque leí en alguna parte que las plantas se emocionan cuando se acerca quien las cuida, y debe ser verdad, finalmente son seres vivos.

La mala decisión

Terminada la tarea, decidí también rociar las plantas del jardín exterior, así que llené nuevamente el dispositivo para dar comienzo a la ronda.  Pero antes de iniciar pensé que siempre en esta labor termino mojando los zapatos y mis pies, así que al ver las crocs de mi esposo decidí ponérmelas, ¡qué error!

Riendo al ver la pinta estrafalaria que tenía, empecé el trabajo. Claro que, en un descuido, como siempre, mojé mis pies, pero bueno, no los zapatos; así que me felicité por haber hecho el cambio.  Ahora bien, como el jardín exterior es más grande que el interior, tuve que hacer varios viajes, para no usar manguera, por aquello de la coherencia con el cuidado del precioso líquido y el racionamiento.

Yo estaba feliz humedeciendo mis plantas: las flores rojas hermosas de dos suculentas que han crecido un montón, el romero que al toque del agua exhala su fragante aroma, el orégano de hoja ancha, con el que hago mis almuerzos, las sábilas que utilizo en los batidos verdes, el jade que ha prosperado en ese lugar.

Al verme, alguien me saludó y me dijo: “Vecina, ¿regando las plantas? Y yo contesté: “si”. “Yo lo hice ayer”, comentó.  Se despidió haciendo un saludo afectuoso con la mano y deseando lo mejor.

Pero lo duro estaba por venir

Había ya cubierto la mitad del jardín, y pretendía entrar a sacar más agua para terminar la faena, cuando ocurrió lo inesperado.  Como las crocs me quedaban grandes, debía arrastrarlas para que no se me salieran y, justo al dar la vuelta para enrutarme hacia la casa, mi pie derecho tropezó con un desnivel del piso.  Luego, al pretender dar el paso con el pie izquierdo para sostenerme, la sandalia se enredó con el pantalón y, sin remedio, empecé a caer en picada: regadera al piso con un estruendoso sonido, y yo con ella, cada una en orillas distintas.

El accidente

Mientras iba cayendo, como pude, para que el impacto no fuera en la cara, acudí a mitigar el golpe con el codo izquierdo y la rodilla derecha, que sonó como un coco al darse contra el piso.  Seguidamente, quedé en tierra, en posición horizontal como un minuto, en shock, sin poder levantarme, mientras algunas pequeñas hormigas corrían como locas ante semejante suceso. ¡Imagino el susto de las pobres! 

La rodilla y el codo me dolían una barbaridad, el Hallux (dedo gordo) del pie derecho y la planta, igual; hasta la clavícula sintió el estartazo… Pensé, ¡ohh Dios!, ¿me habré fracturado?

Luego, con voz quebrantada y sin aliento llamé a mi esposo, pero ¡no me escuchaba!, seguro por la debilidad y temblor de mi llamado; tampoco pasaba alguien que me auxiliara; así que como pude, despacito, por si alguna fractura, casi arrastrándome llegué a la puerta del garaje, agarré los tubos de la reja y me impulsé con cautela para pararme.  En ese justo momento salió mi esposo estupefacto al ver que entraba cojeando, encorvada y casi sin poder hablar.  Con preocupación y asustado me dijo: ¡¿Qué te pasó?!  Respondí de manera tenue y adolorida: “¡Me caí de la manera más absurda!”. Después vinieron los por qués, el arrepentimiento, las ¡c&@$#!, las curaciones y las reflexiones.

Las curaciones

Mi esposo corrió a traer el botiquín; mientras tanto, entré al baño y me lavé con jabón la tremenda raspadura del codo, ¡qué ardor!  Yo creía que la rodilla solo se había golpeado, pero no.  Al levantar el pantalón tenía una raspadura peor que la del codo, más grande y sangrante; extrañamente no la sentí sino hasta que la vi. Curiosamente la prenda estaba intacta. Lavé la rodilla, desinfecté, gaza y esparadrapo.

El procedimiento ayudó a disminuir el sangrado, pero el malestar se agudizó en todo mi cuerpo.  No sabía qué me dolía más, si el brazo izquierdo que no lo podía abrir, el hombro, la rodilla, la cadera, la clavícula, el dedo o la planta del pie derecho.

No acudí a la EPS, porque seguro decían que eso no era una urgencia y lo más probable era que no me atendieran, o lo hicieran muy tarde, así que traté de calmarme y buscar alternativas.  ¡Hielo! dijo mi hijo, así que esta vez hice caso y me lo apliqué en donde más me dolía y en donde no tenía herida. Realmente sirvió. Por fortuna los golpes no me quitaron el apetito y pude almorzar.

Quitar la gaza, ¡otra tortura!

Las gazas del codo y la rodilla, que me puse sobre todo para dormir y evitar el contacto de la ropa de cama con la piel, se pegaron a las heridas y, al otro día, cuando quise quitármelas fue otro suplicio.  Pero menos mal yo lo estaba haciendo, porque si hubiese sido en consulta médica, me las sacan de un tirón, sin la más mínima compasión… Ustedes saben de lo que hablo.

De manera que, con el mayor amor y paciencia, mojé con agua tibia la gaza y las fui retirando cautelosamente mientras me retorcía, echaba madres, y mis ojos se aguaban.  Después de unos minutos, gasas y esparadrapos salieron llevándose consigo la costra de plaquetas que habían llegado en mi auxilio.   Vuelva y juega: el ardor más tenaz y, a sangrar; pero no me las volví a poner para evitar vivir nuevamente esta desagradable experiencia.  ¡No soy masoquista!

Una lección que no aprendí

A propósito del accidente, hace unos días, había visto un video de una famosa terapista que me encanta, en el que habla sobre las caídas y de cómo algunas nos cambian la vida para siempre, de ahí el cuidado que debemos tener.  La profesional recomendaba, entre otras cosas, no arrastrar los pies al caminar porque ese era uno de los factores de riesgo más grandes para caídas.  De hecho, practiqué algunos ejercicios que enseñó con gran pedagogía, pero como pueden leer de nada sirvió.  ¡Hay Dios! ¿Por qué aprendemos a las malas?

¿Qué enseñanzas me quedan? y a ustedes…

1-No usar los zapatos de otro, sobre todo si son grandes y no se pueden manejar.

2-Evitar arrastrar los pies cuando caminamos para no tropezar, no perder el equilibrio y afectar nuestra vida y la salud.

3-Poner en práctica consejos que evitan accidentes.

Finalmente, les dejo dos videos de la terapista Marcela Pedraza, que solicita siempre compartir, en los que orienta sobre cómo evitar caídas y qué hacer cuándo nos caemos, para que practiquen y prevengan.

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