En Colombia el Día del Campesino se celebra el 2 de junio con el propósito de reconocer el aporte de esta población al desarrollo del país.
Pero de nada vale celebrar su día, si la realidad que viven nuestros campesinos es lamentable: sin apoyo estatal, carentes de educación, sin atención en salud, privados de saneamiento básico, sin subsidios que apoyen su labor agrícola, vacíos de recursos económicos o apoyo en infraestructura, maquinaria e insumos, acosados por el pago de créditos impagables. En ese panorama, el campesinado queda sometido a la más profunda pobreza, además de ser carne de cañón de la guerra que se libra en sus territorios a manos de grupos ilegales que generan desplazamientos masivos, sin que los gobiernos de turno se interesen por su protección.
El resultado de esta injusticia es evidente: el campo se está quedando sin campesinos, y Colombia sin una fuerza productiva valiosa, que debería ser tratada de la mejor manera, cumpliendo a cabalidad todos sus derechos y apoyando la producción agrícola en un país que podría ser una potencia exportadora de alimentos, claro que en tiempos de pandemia, en donde la tendencia de los países desarrollados es a fortalecer la producción nacional, al menos se debe propender por abastecer suficientemente la demanda nacional, si el Gobierno protegiera los productos agrícolas colombianos y no privilegiara la importación de toneladas de alimento foráneo que perfectamente se puede producir en Colombia.
El territorio rural bogotano
Según la Secretaría de Ambiente, la Capital tiene en su territorio 163.000 hectáreas, de las cuales, 122.000 son espacio rural que corresponden al 75% aproximadamente, y en él viven alrededor de 51.203 personas, en comparación a los más de 8 millones que habitan en Bogotá. El territorio rural se ubica en las localidades de Sumapaz, Usme, Ciudad Bolívar, Usaquén, Santa Fe, San Cristóbal, Chapinero, Suba y Bosa.
Por su parte, el suelo rural bogotano está constituido así: el 70,1% por cobertura de páramo, fuente importante de agua para Bogotá, 9.1% por bosque alto andino y matorrales, 1.6% corresponde a plantaciones forestales, 15.5% son pastos y el 2.9% está ocupado por cultivos como hortalizas y papa.
La realidad nacional
Según la Encuesta de Cultura Política realizada por el DANE (2019), el campesinado en Colombia está cerca de iniciar un proceso de envejecimiento, en razón a que la población mayor a 65 años, que se autoreconoce como campesina, es del 36.7%; en el rango de los 41 a los 64 años está el 34.3%; entre los 26 y los 40 años el 31%; y los más jóvenes (de 18 a 25) son el 24.5%, por esa razón, urge crear medidas orientadas a beneficiar y estimular a la población campesina joven, para que con garantías reales, se quede en el territorio y continúe produciendo en paz y con la infraestructura necesaria, el alimento que requiere nuestra población.
El estudio ratifica la brecha educativa eterna que se vive entre la ciudad y el campo, representada en que el 8.4% de la población no sabe leer ni escribir, además, el máximo nivel educativo alcanzado por las personas entre los 18 y los 40 años es la educación media (bachillerato), mientras que la mayoría de los adultos entre 41 y 65 solo terminaron la básica primaria.
Enseñanzas de la incidencia del virus
Las consecuencias del covid 19 le han revelado al mundo la importancia de la producción local y la urgencia de trabajar por la soberanía alimentaria, y Colombia, no puede seguir siendo sorda y ciega ante esta lección de vida, que nos debe orientar a ubicar en un lugar de privilegio a nuestros campesinos, al campo, y a lo nuestro. En ese sentido, es imperioso motivar a la ciudadanía para que comprenda que comprar la producción agrícola colombiana es una necesidad; adicionalmente, es imprescindible avanzar en proyectos de conectividad, implementar redes de producción y consumo para prevenir el desabastecimiento; apoyar de manera decidida a nuestros campesinos en este momento en que el invierno arranca y ellos empiezan la siembra; los gobiernos locales y nacional pueden comprar de manera honesta productos agrícolas a los pequeños productores para abastecer a la población más pobre que siempre vive en emergencia alimentaria, máxime ahora; facilitar el transporte de alimentos de los centros de producción a la ciudad; implementar políticas de modernización del campo e inclusión de la población campesina.
En este momento de crisis, dar a los campesinos la connotación de héroes, no es sino retórica barata, y el espacio político cómodo y peligroso en el que nos podemos quedar, tanto gobiernos como ciudadanía, si no entendemos la dimensión del problema que encaramos y la crisis social y humanitaria que enfrentaremos si evadimos la actuación ética que exige la ocasión, que se debe ejecutar con celeridad y compromiso en beneficio de la población colombiana.
Finalmente, me pregunto ¿cuál será en esta coyuntura el papel de la sociedad civil, de las universidades que tienen la infraestructura científica y tecnológica entre sus activos, de las empresas, de quienes lideran en Colombia proyectos de emprendimiento? Los campesinos y el campo los necesitan para que pongan su energía, sabiduría y experiencia al servicio de la estabilización y el progreso del país. Pasemos ya de la retórica a la acción.
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