Empieza el 2022 después de transcurrir casi dos años de pandemia, con la esperanza de que podría terminar, y cada quién desde su orilla inicia su año. Pero, ¿qué hemos aprendido de esta crisis? ¿cuál es el propósito que nos hemos trazado para la vida después de esta prueba? y ¿cómo vamos a trabajar para cumplirlo?, esa es la cuestión.
La respuesta a esta pregunta, en el marco de las lecciones que deja el covid -19, de soledad, aislamiento, dificultad económica, temor, muerte, incertidumbre, pero también de supervivencia, resiliencia, creatividad, debe centrarse en otra más profunda y trascendente:
¿A qué vinimos a este mundo?
Es una pregunta difícil de responder, pero que todos nos deberíamos hacer, porque esta pandemia demostró que el sentido que le damos a estar en este planeta es equivocado. Encerrados, con opciones o sin ellas, y con la sombra del miedo acechándonos, la vida se redujo en un principio, a convivir esencialmente en espacios pequeños, a uno o dos trajes deportivos, uno o dos pares de zapatos, a agradecer al valiente que nos llevaba a la casa el mercado, la medicina o lo que fuera, a admirar a quien exponiendo su vida arreglaba nuestros parques, jardines o recogía los residuos, a comunicarnos a distancia, a esperar con angustia al elegido de la familia que salía a conseguir lo que necesitábamos, a quien casi con pánico exorcizábamos con el ritual del alcohol para impedir que el virus entrara a nuestro hogar. Ahora bien, contrario a la sencillez de vida a la que nos obligó la pandemia, ¿Qué hace el sistema con nosotros?
Desde el principio nos instala en el mundo de la competencia por el mejor carro, la mejor casa, la ropa de marca, los viajes, el consumo excesivo, el mejor empleo, la mala alimentación que redunda en pésima salud, el despilfarro de recursos materiales y naturales, dejando de lado lo más importante que es, sin lugar a dudas, la tabla de salvación para esta humanidad extraviada: la búsqueda de la espiritualidad, y la construcción de un sistema valorativo sólido que nos orienten al ejercicio de propósitos loables, de acciones bondadosas, amorosas, compasivas, a la protección, al cuidado, al trato digno y respetuoso hacia el otro, a la solidaridad, a la honestidad, a evitar cometer injusticias, a ser personas confiables, a trabajar por la equidad, por el respeto a la naturaleza.
Quienes tenemos hijos, y hemos estado inmersos y casi naturalizado esta locura colectiva de amor desmedido por el dinero, por el poder y el tener, requerimos hacer un alto en el camino y pensar ¿qué clase de seres humanos estamos formando?, porque una de las responsabilidades más grandes que tenemos, madres y padres, es entregarle buenas personas a la sociedad. Es claro que de la reflexión que hagamos, las conclusiones que saquemos, la decisión que tomemos y las acciones que emprendamos, haciendo coincidir discurso y ejemplo en el acto educativo con niñas, niños y jóvenes, dependerá el futuro de la especie, que se encuentra casi sin escapatoria, al borde de la destrucción.
Entonces, aquí y ahora, nos corresponde preguntarnos seriamente: ¿qué legado espiritual, ético y valorativo vamos a dejar?, ¿con qué objetivo traemos hijos al mundo? y ojalá la respuesta sea parte de la solución a los problemas que tiene la humanidad, recordando que los esfuerzos individuales suman y el buen ejemplo se debe imitar.
¿Qué es lo fundamental?
Es entender el momento histórico que estamos viviendo en materia económica, política, social y ambiental, y desde la comprensión de esta coyuntura crítica, reconocer que nos queda poco tiempo para intentar trascender, promoviendo una vida con propósito, y los cambios que permitan resarcir el daño causado en todo sentido, haciendo el mejor esfuerzo por corregir el rumbo, en busca de un mejor vivir en armonía con quienes nos rodean, con el planeta y los demás seres que lo habitan, poniendo el amor, la bondad, la compasión y el respeto por la vida en primer lugar. Esto solo será posible tomando conciencia de la necesidad de trabajar por el bien común, ejerciendo un liderazgo orientado a este propósito en el entorno familiar, social, político y natural que a cada quien le corresponda vivir.
10 sugerencias
El listado de actuaciones a emprender sería extenso, sin embargo, es conveniente revisar este derrotero de preguntas sencillas, cuyas respuestas podrían contribuir a descubrir o construir tal propósito y sentido de vida.
1-Inicie preguntándose ¿a qué vino a este mundo? Para contestar este interrogante mire hacia adentro, escúchese, porque todos vinimos a hacer algo sustancial, benéfico para nosotros y la humanidad. Descifrar esta demanda es el primer paso para transformarse y transformar.
2-Cuestiónese quién es usted, qué quiere de la vida, para dónde va y en dónde quiere estar. Permítase soñar y orientar el encuentro con usted mismo. Las respuestas le ayudarán a tomar la mejor decisión, se espera en tonalidad de armonía y conciliación con la búsqueda de lo trascendente.
3-¿Cómo está su conciencia? Despiértela, edúquese para vivir sanamente en todo sentido, para convivir en amor, en integridad, en dignidad, en el respeto por usted y los demás, en el aquí y el ahora, dejando el pasado en su lugar y alejándose de relaciones que le hagan daño.
4– ¿Qué ha aprendido de las experiencias vividas? todas son lecciones valiosas para el presente, y obran para moldear la personalidad; son actos educativos que ayudan a enfrentar más asertivamente los problemas de la vida; así se deben abordar y entender.
5-¿Es dulce su palabra?, si no lo es, que de ahora en adelante con ella acaricie, suavice los momentos, haga llevaderos los desacuerdos, inspire y ayude a los demás.
6-¿Culpa a otros de sus desaciertos? es tiempo de hacerse cargo de sus actos, de asumir el control de su vida, de vivir plenamente y dejar vivir en paz.
7-¿Sirve a los demás de manera desinteresada y con amor? Una de las misiones al venir a este mundo es servir, dar, entregar generosamente y con alegría, cada quien con lo que sabe y puede: no solo cosas materiales, también palabras amables, cariño, comprensión, respeto, solidaridad, conocimiento, compañía… (Usted decide qué más puede dar)
8-¿Tiende a la solidaridad? Unir esfuerzos, juntarse con el otro genera vínculos afectivos, construye redes de apoyo, y poder.
9-¿Agradece lo que tiene? ¿valora las personas que comparten su vida, el trabajo, la naturaleza, poder sentir, comer, ver, tocar, oler, caminar, la salud, la libertad, también las enseñanzas de las dificultades y de la enfermedad? Cuando somos agradecidos tenemos mejor salud física y mental, mayor autoestima, mejores y más intensas relaciones, también se devuelve generosamente y en bendiciones la energía positiva del agradecimiento.
10-¿Cree usted en la existencia de un ser superior? Seguramente el cumplimiento de estas pautas, que coinciden a la perfección con los preceptos dados a la humanidad en todos los dogmas, fortalecerá su conexión espiritual y su fe.
Si empezamos por nuestro entorno primario, estableciendo propósitos esenciales para la vida, lograremos un avance significativo al enseñar maneras más amables y honorables de vincularnos con el mundo y la humanidad. El cambio no requiere tregua, es aquí y ahora, nos pertenece y depende de todos.
“Apresúrate a vivir bien y piensa que cada día es, por sí solo, una vida”. Séneca.
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