Por Anita Torres
Como todos los días, salíamos con mi perro a su paseo mañanero, sin sospechar que al dar el salto hacia la calle, un gran perro se le iba a lanzar a morderlo. El ataque fue sorpresivo y salvaje. Lo que vi, como en una película de terror, fue un animal furioso, mostrando sus amenazantes dientes y acercándose a una velocidad tal, que mi pensamiento de hacer algo para protegerlo, fue más lento que el salto del perro agresor sobre el cuello del mío. Lo siguiente fue espeluznante. Mi perro volaba por el aire, sacudido como un muñeco, de un lado para otro, agarrado de sus grandes fauces, mientras gemía de dolor.
Estupefacta, casi en shock, a lo único que atiné fue a gritar con desespero, para que el hermano de la dueña intentara librar a mi pequeño animal de compañía, pero era inútil… Gritos, la correa en el cuello, nada servía, hasta que al fin, salió corriendo la dueña, al oír el alboroto y logró que lo soltara.
Mi perrito confundido, se hizo a un lado, y yo corrí a evaluar el daño causado. En principio, no se dejaba tocar; el pelo cubría la afectación, y la dueña del atacante insinuó que no había ocurrido nada. Por mi parte, insistí en que ella y el hermano me llevaran a una veterinaria cercana a buscar atención y, adicionalmente, exigí el cubrimiento de los gastos de intervención.
La experiencia en la veterinaria
Al llegar y decir que era una urgencia accedieron a atenderme, pero el veterinario no estaba. Por fortuna no demoró e ingresaron a mi perro al consultorio. Luego de 15 minutos, el profesional me hizo seguir y me mostró las tres heridas infringidas, cuya sangre teñía de rojo el pelo blanco de Matías, que es como se llama mi pequeño. Dos de las heridas se ubicaban en la parte superior del cuello; una adicional estaba en la garganta, la que más sangraba.
Él, asustado me miraba como buscando explicación a todo lo ocurrido. Yo lo acaricié amorosamente y le dije -Estoy contigo, vas a estar bien-. El veterinario me explicó que se debía rasurar alrededor de las heridas; tomar radiografías para descartar daño de tráquea; que se iba a aplicar un calmante para el dolor, y unos exámenes por seguridad, para poder dar la medicación, porque dada la edad de mi perrito (12 años), podía haber daño en el riñón, hígado o páncreas, y los medicamentos, en ese caso, había que administrarlos con precaución.
La sala de espera
Como mi salida fue intempestiva, ni siquiera saqué mi celular, razón por la cual, no me pude sumar al coro de 2 personas más, que en la sala de espera, estaban embelesadas en su equipo. Ese pequeño detalle hizo que mis sentidos se agudizaran para observar cada cosa que ahí ocurría.
El paciente con cáncer
De pronto, llegó una señora a la reja, conmocionada, timbró y le dijo a la asistente -Mi perrita viene sangrando-. Al momento, entró un hombre joven con un ejemplar Rottweiler entre sus brazos, efectivamente sangraba de una pata que estaba cubierta con una manchada tela amarilla. Ella se quedó afuera, él ingresó. Al ver la angustia de la mujer, empecé a entablar conversación y, al instante, se quebrantó. Llorando me contó que su perrita tenía cáncer, que le salían unas bolas en la pata, y que una de ellas se había reventado. Que ya no sabía qué hacer. Me habló de la ternura de su animal de compañía, del amor que les expresaba, de las operaciones que le habían hecho… Ella siguió contando su historia y yo me puse en la tarea de consolarla y darle ánimo. Posteriormente, como había salido sin desayunar, y ya era como medio día, salí a tomar un café y regresé. Ya no volví a ver a la señora.
El gato Persa
Posteriormente, otra señora entró con un hermoso gato persa de 4 meses, que maullaba desesperado y hacía toda suerte de reclamos para que lo sacaran del guacal. La consulta se hacía porque tenía hongos en las patas.
-Los gatos son más fáciles de tener que los perros, por su independencia, y porque no hay obligación de sacarlos. Todo lo hacen ahí-, me dijo.
La verdad, hasta ese momento, no me había fijado en lo hermosos y tiernos que son los gatos, pero al verla cargar a su gatico con amor, y al bello animal buscando refugio en sus brazos, sentí la conexión afectiva de esos dos seres que salieron felices de la veterinaria.
El amado pug
Lo llevaba una pareja joven, un pug de 4 años, que salía del consultorio con una pata vendada, porque le estaban tratando una protuberancia. Lo que más me impresionó de este caso, fue el amor de la humana de compañía con el perrito. Cuando ella lo vio, se deshizo en palabras de amor. -¿Quién es lo más hermoso?, cariño has hecho mucha falta en tu camita -le decía-, y demás expresiones que el perro recibía halagado, y casi queriéndose salir de los brazos del esposo, para lanzarse a los de ella.
Encuentro con el silencio
Hasta ahí había hablado con todas las personas que llegaron a la veterinaria y, entre todos, nos dábamos ánimo y nos despedíamos deseándonos lo mejor para nuestros animales de compañía. Para ese momento, ya mi esposo que estaba en una gestión de trabajo, había llegado a apoyarme. El veterinario me llamó y me dijo que siguiera al consultorio 2; pero al pasar por el consultorio 1, vi un pequeño gato, acurrucado en una tierna posición, como dormido; entonces le dije desde afuera -¡tan bello! Él me miró y señaló -Le acabo de hacer la eutanasia. Tenía una enfermedad terminal-. Al oírlo, sentí una profunda tristeza, por esa pequeña criatura solitaria. La muerte siempre deja una huella de soledad… Seguí al consultorio 2. La noticia era que mi perro continuaba drenando. -Debe volver a las 6-, aseguró.
Músicos en la esquina
Una lluvia fina empezó a caer y, en ese instante, mi esposo se dio cuenta que había dejado la llave dentro del carro, razón que lo obligó a salir rápidamente a la casa a traer el repuesto. Mientras tanto, un poco aturdida y nostálgica, por tanto acontecimiento vivido, me resguardé de la lluvia en una casa con alero, mientras a lo lejos escuché un grupo musical interpretando una puya alegre. Entonces, con los ojos aguados, miré el cielo pensando en mi perrito, en el gato de la eutanasia, en la señora atribulada, en el amor de la dueña del pug, en lo que significaba la vida y la muerte, mientras una mujer vestida de rojo, pasaba frente a mí, con dos perros felices.
La nota jocosa
Ya en mi casa, trabajando, mientras llegaba la hora de la cita, con mi cuerpo en el escritorio y la mente en el consultorio, un mensaje de whatsapp me sacó temporalmente de la preocupación. Era un decálogo de recomendaciones graciosas a las que luego daría la razón. El texto es el que sigue, aunque omití algunas expresiones que me parecieron un poco fuertes para los lectores.
¿Cómo darle una pastilla a un gato?
Paso1. Extraiga el comprimido de su envoltorio, sujete al gato, ábrale la boca e introduzca el comprimido. Paso 2. Recoja el comprimido del suelo, saque al gato de debajo del sofá, ábrale la boca e introduzca de nuevo el comprimido. Ciérrele la boca y sóplele la nariz. Paso 3. Cúrese el rasguño de la mejilla con agua oxigenada, recoja el comprimido semi-disuelto y ensalivado del suelo, baje al gato de las cortinas, envuélvalo en una toalla con la cabeza fuera, ábrale la boca, introduzca el comprimido y cierre con fuerza la boca del gato. Paso 4. Solicite un presupuesto para unas cortinas nuevas, atiéndase el mordisco del dedo, extraiga un nuevo comprimido y busque al gato. Seguro que está detrás de la nevera. Paso 5. Pida ayuda a alguien de su casa. Disuelva el comprimido en un poco de agua e introdúzcalo en una jeringuilla. Envuelva nuevamente al gato en una toalla y que alguien lo sujete. Ábrale la boca, póngale la jeringa dentro e introduzca el líquido. Paso 6. Enjuáguese cara y ojos con un poco de agua limpia. Busque al gato sabe Dios dónde. Extraiga un nuevo comprimido. Dígale al gato que no sabe con quién se está metiendo. Sujete firmemente al felino por el cuerito del cuello, mientras le presiona contra la cama o algo suave. Dele una suave nalgadita para que sepa que usted manda, y haga que su ayudante le abra la boca e introduzca el comprimido hasta la garganta sin que le muerda. Paso 7. Escupa usted el comprimido y llame inmediatamente al instituto de toxicología preguntando por los riesgos de ingerir un medicamento para gatos. Busquen al gato. Paso 8. Corran porque el gato ya les ha visto y viene tras de ustedes hecho una fiera con sus garritas bien afiladas. Paso 9. Enciérrenle en una habitación mientras se tranquiliza y háblenle cariñosamente. Paso 10. Llamen al veterinario y concerten una cita.
El señor y el gato
A las 6 p.m. llegué a recoger a mi perro y tuve que volver a esperar, porque había otra urgencia: un perro atropellado. En la sala estaba un hombre muy serio, con un guacal para gato, pero el gato, a diferencia del anterior, estaba tranquilo en su refugio. La verdad, fue la única persona con quien no me animé a hablar. Mientras tanto, salían perros dando vueltas alrededor de sí mismos, dichosos, acicalados, oliendo delicioso, y de prisa, prácticamente arrastrando a sus dueños.
La asistente se acercó al señor y le preguntó en qué podía servirle. El señor le pasó una pastilla y le dijo quedamente –Vengo a que me ayuden a darle esta pastilla al gato-. Reí por dentro, para no incomodar al señor, pero no podía creer tanta coincidencia.
Encuentro con Matías
Cuando vi a mi perrito fui a saludarlo con mucho amor, y nuevamente le dije –Aquí estoy mi lindo. Ya nos vamos-. Lo acaricié con ternura, recordando el delgado hilo que separa la vida de la muerte.
El veterinario me explicó que la afectación había sido muscular, sin compromiso de órganos vitales; que la tráquea estaba bien, igual su hígado, páncreas y riñones; pronosticó el dolor fuerte que iba a sentir; me entregó instrucciones para la mejoría de Matías, la fórmula y los medicamentos. Salimos, siendo las 9 de la noche, 10 horas después.
La cuenta
La suma de $357.000 fue asumida honorablemente por la dueña del perro agresor y, de manera consciente, como corresponde en estos casos, propuso tomar medidas con su perro, como sacarlo con correa para evitar nuevos ataques. Creo que sin decirlo, hicimos las paces. Después de todo, no éramos más que 3 seres humanos abordando un hecho doloroso, conscientes de nuestra responsabilidad, del daño que podemos causar, y amorosos con sus perros.
Reflexiones finales
1-El ataque de perros a otros perros o personas, es un hecho peligroso, traumático y afecta económicamente a las partes. El dueño del perro agresor usualmente debe pagar y el agredido recibe lesiones, traumas, y hasta la muerte, todo esto prevenible si actuamos correctamente.
2-Nuestras mascotas son seres sintientes, es decir, sienten como nosotros; bajo esa premisa, debemos cuidarlos, protegerlos y asumir plenamente el compromiso de atender sus necesidades con calidad.
3-Las normas se hicieron para nuestro beneficio y el de nuestras mascotas, y los tenedores de animales de compañía debemos acatarlas fielmente.
4-Las personas que tenemos perros pequeños, tenemos derecho a disfrutar el espacio público sin temor a que sean lastimados, así que los dueños de mascotas grandes o agresivas deben evitar dejarlos sueltos, según dice la Ley.
Artículo 118 del Código de Policía.
En el espacio público, en las vías públicas, en los lugares abiertos al público, y en el transporte público en el que sea permitida su estancia, todos los ejemplares caninos deberán ser sujetos por su correspondiente traílla y con bozal debidamente ajustado en los casos señalados en la presente Ley para los ejemplares caninos potencialmente peligrosos, y felinos en maletines o con collares especiales para su transporte.
Por ahora, Matías se encuentra triste, adolorido, bajo de apetito, con temor a la curación. Espero que con el tiempo, con nuestro cuidado y amor tenga un buen proceso de recuperación.
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