Sergio F. Toro Mendoza es Diplomático de Carrera, Consejero, abogado de la Universidad de Valparaíso, LLM (EUI) y MPA (HKS). Deputy-Mision de Chile ante la OMC. Ginebra, 24 abril 2020
Ha sido contra-intuitivo. El mantra que justifica la existencia de relaciones internacionales, especialmente el multilateralismo, ha sido siempre: a problemas globales, soluciones globales. El método ha sido la cooperación, entendida en sentido amplio: encuentro, diálogo, intercambio, gestos políticos, consensos traducidos en acuerdos simples o complejos, armisticios o tratados, creación de espacios supranacionales. Así se logró crear, a partir de 1945, lo que la literatura especializada denomina el orden liberal internacional. La cooperación internacional representada por acuerdos y organismos internacionales, globales y regionales, ha sido la vacuna para tratar la competencia por poder de los Estados naciones, que una y otra vez resultó en guerras mundiales cada vez más cruentas. Este orden ha garantizado una paz global relativamente alta, el desarrollo del derecho internacional, el respeto de los derechos humanos y el libre comercio. Bajo este esquema se lograron consensos, reacciones coordinadas y estándares comunes (reglas) que moldearon el ethos internacional de los últimos 75 años.
Por su parte, el virus SARS-Cov-2, que apareció en Wuhan, China, saltando la barrera de las especies a un cuerpo intermedio antes de comenzar la colonización de células humanas, ha transformado nuestro estilo de vida y ha confirmado la refinada observación de Frank Snowden (Epidemics and Society, Yale University, 2019): “las pandemias son un espejo de las condiciones sociales, culturales y políticas en las cuales nacen”. Como sus parientes (SARS-2002, H1N1-2009, MERS-2012), ataca el sistema respiratorio y se hace grande en las debilidades del huésped. Como todo CoV, cuenta con habilidades innatas para sortear todas las barreras inmunológicas del cuerpo humano y cumplir lo que pareciera ser su único propósito: ingresar a la célula, depositar información genética e instruir su propia auto-reproducción. Es el egoísmo de su supervivencia lo que lleva al virus a la utilización/destrucción de la célula. A la fecha ya ha infectado a más de 2.5 millones de personas. Pronto habrá causado la muerte de 300 mil. El daño provocado no guarda proporción ni con su tamaño (60 a 140 nanómetros de diámetro) ni con su categoría de no-ser (un virus no tiene vida, repiten los científicos). Es posible que la no-vida tenga por propósito prevalecer sobre la vida?.
Para diversos analistas el virus está causando un totum revolutum que, más allá de la medicina, tendrá un efecto “renovador” en la estructura internacional. Así lo piensan Henry Kissinger para quien “el mundo nunca será el mismo después del coronavirus” y Willian Burns quien apunta que el orden liberal internacional será “menos liberal y menos orden”, convirtiéndose en un test de “make or brake it” para la diplomacia de EEUU. John Gray, filósofo inglés, es apocalíptico: el virus ha puesto fin a la hiperglobalización y al capitalismo. Agrega que la crisis actual es “un punto de inflexión en la historia” y que en el nuevo mundo los gobiernos “actuarán para poner freno al mercado mundial”. Un asalto mortal a la globalización. En fin, también hay quienes piensan que el virus liquidó al neoliberalismo, al multilateralismo, confirmó la eficiencia del autoritarismo y un ascendente nacionalismo, y agudizó las contradicciones de la democracia.
Es importante precisar que el 11 de marzo de 2020, cuando la OMS declaró la pandemia, para muchos de manera tardía, el orden liberal internacional incubaba ya el cuestionamiento de algunas de sus bases principales: el sistema multilateral, con Naciones Unidas en su centro, por ineficaz; la democracia liberal por “haber excedido el tiempo de su propósito”; la desigualdad que se habría expandido entre los países y al interior de los países, etc. Se hablaba de un orden donde el poder y los liderazgos tradicionales se licuaban ante la escalada de nuevos actores, en lo que Fareed Zakaría llamaría “the rise of the rest”.
A principios de 2017 Joseph Nye Jr. se preguntaba si el orden liberal internacional sobreviviría, aunque observaba que la posición predominante de EEUU se mantendría porque todas las métricas favorecen su superioridad (soft/hard powers) y porque China aprecia el orden actual en forma más sustancial de lo que comúnmente se piensa (Discurso del Presidente Xi Jinping en el WEF de 2018). Para Nye Jr. las amenazas provienen más bien de la difusión del poder, de actores no estatales y las tragedias transnacionales: inestabilidad financiera, cambio climático, terrorismo, pandemias, ciberseguridad, etc. El mismo año Richard Hass publicó: “El mundo en desorden” que recoge sólidas observaciones sobre la evolución de un escenario internacional sin la influencia activa de EEUU.
De las lecturas de autores especializados de EEUU, hay dos elementos adicionales: la falta de un apoyo ciudadano más amplio a una participación más visible de EEUU en el escenario internacional (liderazgo) y una desafección respecto a las políticas de promoción del libre comercio. Quizás sea una sola gran desafección: desconfianza con el mundo exterior. Hass lo señala así: “se asume que lo hecho por EEUU en el mundo fue despilfarro, innecesario y desconectado con el bienestar doméstico”. El profesor de economía de Princeton, Alan S. Blinder, complementa esta visión afirmando, en tono de lamento, que el error más grande de los economistas ha sido no convencer al público sobre los beneficios del libre comercio. Un error de 200 años.
Nye Jr. y Hass extrañan, en modo de reclamo, un mayor liderazgo de EEUU en el escenario internacional, con socios y aliados. Nye Jr. aclara que “liderazgo no es lo mismo que dominación y el rol de Washington en ayudar a estabilizar el mundo y escribir su progreso continuo puede ser ahora más importante que nunca”.
En este contexto descriptivo, y seguramente incompleto, del orden internacional ex ante Covid-19, la variable analítica independiente es la relación entre EEUU y China. Los sistemas internacionales siempre han girado en torno a la figura del “hegemon”. La guerra fría demostró que un sistema internacional, operado por dos subsistemas ideológicamente diferentes, cede finalmente hacia el de mayor influencia y eficacia. Desde entonces Graham Allison de HKS ha venido estudiando las variables de transición entre el hegemon y el retador, advirtiendo el peligro de caer en la trampa de Tucídides. Las características de la relación sino-estadounidense es la variable de mayor valor y la que perfila el escenario actual y futuro.
Sí, desde antes que el Covid-19 irrumpiera en la vida de la especie humana, el orden internacional creado a partir de la segunda guerra mundial estaba bajo cuestionamiento. O, si se quiere, ese orden emitía claras señales de transición hacia un escenario desconocido y a lo desconocido el ser humano responde instintivamente con miedo y reclusión.
Ergo, es válido preguntarse cuál será el concepto ordenador del escenario internacional post-Covid19?. Es interesante revisar los diversos artículos y opiniones que inquieren por una respuesta. Lo primero que hay que despejar es que no se trata de predecir la era post-Covid-19 en su totalidad, porque el fenómeno observado no es de reemplazo instantáneo de un orden por otro. Ni siquiera procede examinar los detritos del antiguo orden, porque la evidencia no avala la extinción del orden actual. Por eso en la pregunta se incluye la palabra “escenario”. El fenómeno observado es más bien uno en transición, en el cual diversos elementos, a menudo contradictorios, compiten por caracterizar la nueva etapa. En este esfuerzo se aprecia la tentación de algunos analistas por escribir su propia versión del “World of Yesterday” de Stefan Zweig: recrear el mundo del ayer para acrisolar el nacimiento de un nuevo mundo, cuando en realidad viven en cuotas del pasado y del presente, lo que limita objetivamente el bosquejo de ambas variables temporales.
Lo que sí parece razonable, posible y útil es revisar algunas variables que compiten por caracterizar del escenario post-Covid-19. Como diría George Stigler: What facts are in fact a fact. Entre las variables en competencia se pueden nombrar varias figuras, como los avances tecnológicos, la recesión democrática, la consolidación del autoritarismo, el declive del multilateralismo y el ascenso del unilateralismo, la debilidad del libre comercio y el avance del proteccionismo.
En estos momentos el juego geopolítico consiste en destacar aquellos elementos en competencia que más ayudarán a potenciar la posición de los actores en el escenario post-pandemia. Para lograr este objetivo se observa el despliegue de distintas narrativas. En este sentido entiendo las palabras de Dani Rodrik para quien el virus nos ha convertido en una “versión exagerada de nosotros mismos”: el orden no cambiará, sino que, lo más probable, es que acelerará las tendencias actuales llevando la discusión al nivel del “confirmation bias”. Esta línea es coincidente con Burns para quien las tendencias actuales recargan energía con la pandemia para proyectar su influencia en el futuro escenario.
Pues bien, del conjunto amplio de tendencias y elementos que podrían perfilar el escenario postCovid-19, dos surgen a mi modesto entender con cierta claridad en un análisis prospectivo: la proyección del Estado nación y la reconstrucción económica.
En efecto, la pandemia no ha tenido una respuesta coordinada a nivel global (multilateral), ni siquiera ha sido objeto de una sola respuesta, lo que ha facilitado su expansión. Ha actuado como una ola que avanza y devasta con una diacronía que devela una perfecta acronía, logrando que los países se vean afectados con intensidad y tiempos diversos. Aquel “orden inteligente que la sociedad impone al desorden de una plaga”, que cita Camus en La Peste, simplemente no ha sido tal con el Covid-19.
La respuesta sanitaria se ha centrado a nivel nacional, pero incluso a este nivel el virus ha provocado importantes contradicciones, especialmente en los sistemas federados. Siguiendo esta trayectoria de respuesta nacional, algunos anticipan que, por el efecto de la histéresis, el nuevo mundo será uno con un Estado fuerte, con fronteras y controles visibles – resultados que contrastan con la globalización. El predominio del Estado nacional se prolongará en el tiempo, a nivel doméstico e internacional.
En esta misma línea, se anticipa, además, que el escenario post-pandemia será uno con prioridad en la reconstrucción económica, especialmente enfocado en la producción y el empleo. En Europa vuelven al pasado para recuperar su futuro y citan la posibilidad de un nuevo Plan Marshall e incluso Thierry Breton (Comisario Europea para el Mercado Interior) anunció que “muchas empresas tendrán al Estado en su capital”. Agrega que “seremos más autónomos en las áreas críticas”, con lo cual alude de manera amable a la deslocalización del comercio – una opción derivada del nacionalismo económico que también se anticipa como tendencia futura (la idea de la suficiencia económica y la reducción de la dependencia comercial). El primero yo que, replicado en la forma constante, implicaría una disminución sustantiva del comercio internacional.
El revival del Estado nación (más del perfil de Hobbes) y el nacionalismo económico (en sus distintas versiones) son dos variables que merecen un seguimiento prospectivo. Podrían constituirse en las respuestas rápidas y más permanentes al post-Covid-19; o rápidas y temporales, hasta que la dinámica de un nuevo ciclo (de globalización) nos haga perder el miedo y volver a conjugar el dilema del prisionero: sólo en la cooperación se comparten los beneficios (win-win). En las otras opciones hay siempre un winner y un loser o dos losers.
Con mayor certeza el escenario post-Covid-19 no será de utopía. El realismo indica que será sub-par al que tenemos hoy. En todo caso hay que trabajar para que no devenga en distopía, en especial en distopía por anomia. Por sobre todo, hay que empeñarse para que la variable independiente, la relación EEUU-China, permanezca con todos los canales de cooperación abiertos y acompañada por una comunidad internacional solidaria co-adyuvante. Ese es el desafío estratégico que tienen ambas Cancillerías, ya que, como apunta Robert Blackwill, la confrontación entre ambos será “malo para EEUU, malo para China y malo para el mundo”. Entre EEUU y China no debe existir social distancing. Además, la vacuna es conocida.
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